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¿Qué se gana cuando se pierde la humanidad? El costo real de la Segunda Guerra Mundial – José Alejandro Fiallo Hernández 10°B

Este articulo busca analizar, desde un enfoque equilibrado y apoyado en distintas fuentes, las
atrocidades cometidas por ambos bandos durante la Segunda Guerra Mundial. A partir de ello, se
intentará responder una pregunta clave: ¿hubo realmente un ganador en una guerra tan
devastadora?, y si es así ¿se le podría llamar ganador realmente?
El 1 de septiembre de 1939 marcó el inicio de la Segunda Guerra Mundial con la invasión alemana
a Polonia. Dos días después, Francia y el Reino Unido declararon la guerra a Alemania, cumpliendo
su “promesa” de apoyo, aunque este nunca se materializó. Polonia quedó sola frente al poderío nazi,
y su suerte se selló con el pacto Ribbentrop-Mólotov, mediante el cual Alemania y la URSS
acordaron repartirse su territorio. En menos de un mes, Polonia fue borrada del mapa europeo,
demostrando el nuevo equilibrio del terror que dominaría los años siguientes.
Tras la caída de Polonia comenzó la llamada “Guerra de Broma”, un periodo de aparente calma
entre septiembre de 1939 y mayo de 1940, en el que ni Francia ni el Reino Unido realizaron
ofensivas reales contra Alemania. Esa inacción, pese a los acuerdos de defensa mutua, reflejó la
falta de decisión de las potencias occidentales. Durante este lapso, Alemania ocupó Dinamarca y
Noruega, donde la Batalla de Narvik supuso su primer revés, aunque no fue una victoria total para
los Aliados, demostró que el régimen nazi no era invencible y que existían fisuras en su aparente
perfección militar, las cuales pudieron haberse aprovechado mejor si las potencias occidentales
hubiesen actuado con mayor decisión.
En mayo de 1940, con el fin de la “Guerra de Broma”, Alemania lanzó el “Plan Amarillo” (Fall
Gelb), una ofensiva relámpago sobre Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos. La maniobra a través
de las Ardenas —que los aliados consideraban impenetrable— rompió sus líneas y dejó atrapadas a
miles de tropas en Dunkerque. Allí se desarrolló la Operación Dinamo, que permitió evacuar a más
de 300.000 soldados, gracias al sacrificio de unidades francesas y británicas que cubrieron la
retirada. Aunque se evitó un desastre total, quedó la eterna pregunta moral: ¿realmente el fin
justifica los medios?
El 14 de junio de 1940 París cayó sin resistencia al ser declarada “Ciudad Abierta”, y poco después
se instauró el régimen de Vichy bajo Philippe Pétain. Mientras algunos lo tildan de traidor, otros
sostienen que su decisión evitó un mayor derramamiento de sangre. Desde Londres, Charles de
Gaulle proclamó la “Francia Libre”, llamando a resistir, aunque su acción también provocó
represalias contra civiles. Italia, buscando sacar provecho de la situación, declaró la guerra a
Francia el 10 de junio, cuando su derrota ya era inminente.
El 22 de junio de 1941, Alemania lanzó la Operación Barbarroja contra la Unión Soviética,
logrando un rápido avance que la llevó hasta las puertas de Moscú. Sin embargo, el invierno ruso, la

falta de suministros y la contraofensiva del general Zhúkov el 5 de diciembre marcaron el fracaso
de la Blitzkrieg. Luego, la Batalla de Stalingrado (1942–1943) se convirtió en uno de los
enfrentamientos más cruentos de la historia, con cerca de dos millones de muertos. Allí comenzó el
declive definitivo del ejército nazi y, paralelamente, se consolidó el Holocausto como un exterminio
sistemático a gran escala.
En 1943, los Aliados desembarcaron en Sicilia, lo que provocó la caída de Benito Mussolini y la
posterior ocupación alemana del norte de Italia. Ese mismo año, durante la Conferencia de Teherán
(noviembre de 1943), Roosevelt, Churchill y Stalin acordaron la apertura de un segundo frente en
Europa, lo que se concretó con el Desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944. A partir de allí,
las fuerzas aliadas avanzaron desde Francia y el norte de Italia hacia Alemania, liberando París en
agosto de 1944 y empujando al Tercer Reich hacia su colapso.
En el frente oriental, la ofensiva soviética fue devastadora. Bajo el lema “todo alemán paga”, las
tropas del Ejército Rojo avanzaron con una brutalidad comparable a la que habían sufrido,
cometiendo miles de violaciones y asesinatos contra civiles, además de que el mando soviético
impuso la norma de a la menor vacilación o desobediencia se castigaban con la muerte. Mientras
tanto, los Aliados occidentales liberaban los campos de concentración, enfrentándose al horror del
genocidio. En muchos casos, los soldados ejecutaron sumariamente a oficiales nazis como respuesta
a las atrocidades descubiertas, reflejando que, aun en la victoria, la humanidad seguía gravemente
herida.
Finalmente, el 2 de septiembre de 1945, la guerra llegó a su fin con la rendición de Japón. El
conflicto dejó entre 70 y 85 millones de muertos, casi el 3% de la población mundial. El
Holocausto, con seis millones de víctimas, reveló hasta dónde puede llegar el odio humano y como
bien dice el proverbio, “si tomas el camino de la venganza, cava dos tumbas”. Además, el
lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki mostró el lado más oscuro de la
ciencia: la victoria a cualquier costo. La Segunda Guerra Mundial terminó, pero dejó una
advertencia eterna: la paz solo es verdadera cuando el hombre no olvida su humanidad.
Como conclusión, y en respuesta a las preguntas planteadas, la respuesta es clara: no, en la guerra
no existen ganadores. Aunque algunos parezcan triunfar, el precio es demasiado alto. Si ganar
significa renunciar a la humanidad, volverse insensible al dolor ajeno y actuar sin compasión,
entonces no hay victoria posible. La guerra convierte al hombre en algo peor que una bestia, y
ningún territorio conquistado ni bandera alzada puede justificar la pérdida de la esencia humana.
Cada bomba, cada ejecución y cada vida arrebatada son recordatorios de que la violencia nunca
conduce a la verdadera justicia, sino al vacío moral más absoluto.
Porque, en realidad, ganar una guerra es perder lo que nos hace humanos. No hay gloria en los
campos cubiertos de muertos ni honor en las ciudades arrasadas. Si el precio de la victoria es perder
la compasión, entonces esa victoria no tiene valor alguno. La verdadera paz no se consigue con
armas, sino cuando la humanidad aprende que no se puede construir un futuro sobre los cadáveres
del pasado. Solo cuando comprendamos esto, quizá podamos decir que aprendimos algo de la
guerra más devastadora de la historia.