Los impactos de corto y largo plazo del COVID-19 sobre la educación son sumamente profundos. Más allá de virtualizar las clases hay impactos multidimensionales tales como: políticos, culturales, económicos, psicológicos, etc. que afectan a la comunidad educativa.
Una excelente conexión a internet permite a los estudiantes participar de forma activa en las clases, también ayuda a realizar investigaciones y visualizar materiales adicionales para comprender las clases. Sin embargo, en el país solo el 37,5% de la población tiene una penetración de internet fijo en los hogares, por lo que para el resto de la población la señal es inestable, el consumo de datos es limitado y el internet es prepago (no hay conexión continua). En diferentes sectores del país donde tienen menos recursos como Vaupés, Amazonas, Guainía, Vichada y San Andrés el internet es de menos de 5 Mbps.
De los más de 2.300.000 estudiantes en colegios rurales del país, solo el 17% de ellos tienen acceso a un computador, internet y materiales adicionales para tener una clase virtual. Y solo el 25,6% de los jóvenes y niños han tenido clases en vivo con sus maestros. Por lo que a los profesores le ha tocado reinventarse con nuevas técnicas no tan favorecidas tales como enviar explicaciones y fotocopias de guías físicas, por medio de plataformas como WhatsApp, para aquellos estudiantes que no pueden acceder a diferentes materiales esenciales para el desarrollo oportuno de las clases virtuales. Dando como consecuencia un rendimiento inoportuno comparado con un rendimiento escolar presencial, además perderíamos habilidades adquiridas (sociales, comunicativas, analíticas, emocionales) en años escolares anteriores.
La falta de un ambiente escolar (presencialidad) causa efectos perversos. A nivel nacional durante el año 2020, solo hasta Agosto, 102.880 niños dejaron de asistir a clases pues algunos tenían que trabajar para ayudar a sostener la economía familiar, perdieron la conexión con maestros y la gran mayoría no tenía conexión a internet ni computador con el que tomar las clases.
La deserción y reclutamiento de grupos criminales aumento un 113% con respecto al año 2019; estos grupos aprovecharon la pandemia para prometer a familias de bajos recursos, ingresos económicos a cambio de realizar actividades ilícitas (extorsionar gente o actividades con relación a la planta de coca). Durante la virtualidad también se aumento la violencia intrafamiliar en un 36% con respecto al 2019 y la explotación sexual, ya que muchos niños quedaron encerrados en sus casas con sus agresores o se pasaban la mayoría del tiempo en internet, cosa que aprovecharon los grupos sexuales.
En adición, la psicología en los niños también se vio afectada. Tristemente, los problemas para dormir, irritabilidad, cambios de apetito, frustración, ansiedad, desesperanza y suicidio aumentaron un 88% durante la virtualidad. En mi caso, como estudiante de la virtualidad, en una época del 2020 mi salud mental se vio afectada y muchos de los factores causantes se debían a la educación remota. El simple hecho de no poder socializar recibiendo el calor humano de decenas de personas a mi alrededor, fue aterrador y más cuando para muchos, el colegio es nuestra “zona feliz”.
En conclusión, las clases virtuales no son oportunas para el aprendizaje y el desarrollo educativo tanto en niños como en jóvenes, por lo que rápidamente pedimos volver al colegio y volver al productivo aprendizaje. Claramente con todas las medidas de bioseguridad necesarias.