Actualmente, el mundo depende directamente de la tecnología pues se convirtió en el modo favorito de comunicación. Nos sometemos a la necesidad de los dispositivos y lo que ellos ofrecen, sin embargo, ¿Son sus servicios tan benéficos como nos dicen? O simplemente las opiniones subjetivas nos sesgan de los problemas tecnológicos que influyen en la causa humana.
El innovador campo de la Inteligencia Artificial promete el beneficio público, no obstante sus efectos secundarios podrían ser destructivos. Los algoritmos, a pesar de ser procesos computacionales bien definidos, manipulan nuestras emociones y comportamientos al predecir nuestras necesidades como consumidor. Pues, su principal objetivo es mantener enganchados a un grupo de personas con contenido de su interés, creando placeres inmediatos que expiran en una adictiva fábrica de Dopamina. Significativamente, las redes sociales se han transformado en un nido de información programada que optimizan una marca o tendencia instintivamente del daño colateral. Factor que puede causar en los clientes, sobre todo los más jóvenes, casos de depresión y ansiedad, que aumentan junto con el bajo autoestima y el afán de tener lo deseado. Los anteriores explotan en medio de una red social siendo así el causante de un caso de suicidio por cada 100.000 habitantes. Por otro lado, el ecosistema de información errada en los medios sociales incrementa con el tiempo, pues somos agentes de las limitaciones en nuestra presencia digital. Las burbujas sociales trabajan simultáneamente con los algoritmos creando un sistema donde los datos confusos reinan por que “la verdad es aburrida”. En este orden de ideas, “el paraíso digital” es un arma de doble filo; mientras beneficia la elite virtual perjudica al consumidor a su pesar. Somos los responsables de nuestra ignorancia, decidimos sobre nuestros intereses aun así los algoritmos estén detrás de ellos. Minimicemos el daño potencial tecnológico, tal vez el consumismo nos este llevando al fracaso.
