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Cuando la guerra divide, el silencio no une – Juliana Restrepo Mora 10°A

Hablar de la Guerra Civil Española es hablar de una “llaga” que dividió en dos un país completo. No
fue sólo una guerra por ideas políticas, sino una tragedia que enfrentó entre sí vecinos, amigos,
hasta familiares. En este texto quiero pensar en cómo una guerra civil deja secuelas que a veces no
se ven, y en por qué vale la pena pensar todavía hoy en lo que sucedió.
Lo que comenzó como un golpe militar intentado se convirtió en una cruel guerra que duró tres
años y mató a más de medio millón de personas. Pero más allá de las cifras, lo peor fue la
fragmentación del país. Vecinos que anteriormente compartían mesa en certamen social, se
denunciaban, hermanos se enfrentaban en bandos contrapuestos y se instaló el miedo en la vida
diaria.
Las consecuencias sociales fueron enormes. Millones de ciudadanos fueron obligados a emigrar
del país, refugiándose en el extranjero en Francia, México o América Latina. Las cárceles se
llenaron de presos políticos y, tras la victoria de Franco en 1939, el silencio forzado se impuso.
Hablar del que sucedía estaba prohibido, y si se hacía podía desaparecer. Se heredó ese miedo,
como si la transmisión del silencio se repitiera de padres a hijos.
Económicamente, la guerra dejó a España en ruinas. Fábricas, campos e industrias fueron
destruidos, y la nación quedó aislada del resto del mundo mientras otros seguían progresando tras
la Segunda Guerra Mundial. Naturalmente, la cultura también sufrió un duro golpe: escritores,
artistas e intelectuales fueron perseguidos, exiliados o censurados. Uno de los ejemplos más
trágicos es el de Federico García Lorca, asesinado en 1936, símbolo de la generación silenciada.
Una parte del pensamiento español, libre y creativo pereció con ellos. Durante casi cuarenta años,
la dictadura de Franco impuso un modelo autoritario que frenó el desarrollo democrático y
mantuvo al país en la oscuridad.

Quizá las heridas más difíciles de sanar fueron las psicológicas. El miedo, la desconfianza y la
censura marcaron a las personas durante décadas. Incluso después del fin de la dictadura, muchas
familias no se atrevieron a hablar del pasado. Ese silencio, esa «memoria oculta», nos recuerda que
una guerra no termina cuando se callan las armas, sino cuando las personas pueden contarse su
historia sin temor. Como expresó el novelista Jorge Semprún, «la memoria es la justicia verdadera
de los muertos». Recargar también es una forma de curarse.

La Guerra Civil Española deja a su vez una lección muy clara: cuando el odio prevalece, nadie se
sale bien. No hay ideología capaz de justificar el dolor y el silencio que le siguió. En un mundo
donde todavía seguimos viendo confrontaciones, rupturas y violencia. Porque la guerra mata
cuerpos, pero el silencio arruina almas.
Solo cuando un pueblo se atreve a recordar su pasado con verdad y compasión, puede construir
un futuro donde la historia no se repita.